La
nostalgia
se
desliza en mis hombros sin permiso,
casi
como una seda paulatina
que tiñe
de colores agridulces
el
uniforme gris de la cautela.
A lo
lejos escucho cómo hablabas
de aquel
vestido rojo
que ceñía
la piel de los instintos
y que nunca
llegaste a regalarme
porque
entonces las horas abarcaban promesas
y el tiempo era una prórroga infinita.
Tengo
un beso de lluvia en la memoria
en esta
noche ocre
y poco
a poco empiezan a borrarse
los
suicidios del alma.
A lo
lejos la arena huele a hierba.
Sacudo las cenizas del letargo
y abro por
fin los ojos, imprudente,
para
mirar de cerca a la añoranza.
La miro
y lleva puesto aquel vestido rojo.
El que nunca llegaste a regalarme.
El que nunca llegaste a regalarme.
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