Hay veces que no quiero nada más
que poder comprender
las simples líneas rectas.
Suele ocurrirme cuando ando perdida
y busco atajos en alguna nube
de esas inasibles con los ojos.
O cuando transitar es una inmensa duda,
una bifurcación que se me enreda dentro
y parece llevarme a la derrota.
Quisiera caminar sin pretender volar,
conseguir eludir mi dosis de utopía,
y anestesiarme
mecida en el reloj del conformismo
con su flecha apuntando hacia la nada.
No pisar las orillas del dolor,
no mirar a los lados esperando a los sueños,
no vestir claroscuros,
ser incolora.
Hay quien dice que es fácil.
Pero a mí
me cuestan demasiado los trayectos
donde no existen los matices dulces
ni soplan vendavales de inquietud
o me empapan las aguas de un río repentino.
Así que es extraño,
debo ser muy distinta a tantos otros,
no puedo comprender
las simples líneas rectas.
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