De qué sirve
soltar manadas de luciérnagas
en corazones
ciegos
o perseguir veranos
en lugares
donde siempre es
noviembre.
No seguiré intentando que las piedras respiren.
Me guardaré la
luz como un secreto
que consiga
apartarme de los puños
de las luchas
inútiles.
No daré un paso
más hacia la espera,
ni seré el
asidero
de quien no
quiera prolongar inicios,
de quien no sepa caminar descalzo.
De qué sirve llover
en las estatuas,
de qué sirve
pintar de rojo el aire,
de qué sirve el
esfuerzo
por traspasar el
hierro de las dudas.
Todo es lo que
parece
y empieza a ser muy tarde
para encontrar
motivos que me anuden
a puertos
imprecisos.
No seguiré inventándome que hay verdades posibles
en lo incierto.
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