No hay nada más terrible
que tener que marcharse de lo que
no ha ocurrido.
Y comprender que todo se quedó
en la fosa común de los oasis
y nada en la memoria del desierto.
Acostumbrarse
a sentir un residuo enmudecido y turbio
detrás de las derrotas.
Algo así como un pájaro arrugado de tanto no volar,
un hambre amordazada
o un tumulto de páginas en blanco
vagando como sombras.
Una rabia encogida
bajo el polvo de esperas y
esperanzas
que se quedaron quietas al borde de
los miedos.
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