No sé cómo llegar a la distancia,
cómo hacer para
irme de esas manos
que retienen mi
nombre
y acarician aún
cada temblor
de mi piel
frente al fuego
mientras sonaba
música de Queen
debajo de una
manta.
Pero tengo que irme
antes de que
otra muerte me sorprenda
desnuda y
vulnerable
ante una
chimenea destemplada,
con resaca de
whisky y de deseo,
de la que ya se
fueron la princesa y el héroe.
Sé que tengo que irme y aun así
no sé cómo dejar de ver sus gestos,
el piercing de su pecho a contraluz
y la cerveza suave de sus párpados.
Cómo puedo olvidar su voz de cigarrillo
susurrándome sedas como flechas.
Tendré que camuflarme entre las rocas,
apagarme los ojos
y dejar de escuchar su palabra de tinta
que tatuaba infinitos
al final de mi espalda.
Los cuentos deberían tener final feliz,
pero tengo que irme.
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