A veces, sin querer, se me aflojan los puños
y el olvido se escapa.
Y entonces tú regresas al centro del destiempo
igual que un bumerán inevitable.
Te acercas a la ausencia
y te quedas vagando en las cenizas
de un ocho horizontal
tan breve como un día de febrero.
Y vuelves a mis horas
sin soltarle la mano a la costumbre
de disparar al aire tu sordera
mientras yo sigo hablando de un
futuro desnudo
que intentaba abrigarse con tu boca.
Y así hasta que se muere el corazón
-una vez más-
-una vez más-
y me pongo a buscar entre la nada
la paz de un nuevo olvido.
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